Esto soñé, tal cual, de la noche del 28 a la mañana del 29 de febrero de 2008.
Un grupo de actores y yo escapamos de otro grupo que puede haber sido la policía o alguien que quería darnos caza por algún motivo no explicado. Teníamos un plan para evadirlos, pero falló y sólo conseguimos demorarlos trabando la puerta de mi departamento (que no es donde vivo en el mundo real). Los perseguidores arremeten contra la puerta. Sabemos que es cuestión de segundos para que entren. Vamos al balcón, la única salida, y empezamos a buscar alguna posibilidad de escape. Susan Sarandon sugiere saltar hacia una pileta que está unos cien metros hacia abajo y veinte hacia delante. Intento explicarles que no vamos a caer en diagonal, sino en línea recta. La pileta podrá parecer accesible desde acá, pero en realidad vamos a terminar hechos puré a dos metros del edificio. Pero no me hacen caso, así que yo hago la mía. En lugar de saltar tratando de alcanzar la pileta desde la cornisa del balcón, salto hacia la derecha, hacia un macetero que se encuentra debajo de mi ventana. La idea es que cuando los perseguidores lleguen, vean a todo el grupo hecho puré, mientras yo me escondo en el baño de mi propia casa. Una vez que se fueran, yo me iría caminando. Sé que está mal que abandone a mi grupo pero me lo justifico diciéndome que si se hiciera una película del Capitán Marvel o de Acquaman, yo podría interpretarlos. Así que salto al macetero, abro la ventana, entro al baño y todo se pone negro.
Me despierto en el living de mi departamento (en el que vivía en el sueño, pero que no existe en la realidad). El piso es a cuadros negros y blancos y las paredes blancas. Noto que me faltan mis películas y mis libros. La biblioteca y la estantería con los dvds están vacías. Me levanto y voy al departamento de mi hermana mayor, que vive al lado (en el sueño). Entro sin que nadie me abra y me pongo a revisar.
-¿Qué buscás? –me dice mi hermana, entrando por una puerta con ventana.
-Desaparecieron mis libros y mis películas, ¿los tenés vos?
Estamos en el comedor diario. Hay una mesa cuadrada de madera en el centro, entre mi hermana y yo, además hay un microondas a un costado y las paredes tienen un empapelado blanco con flores rosas ordenadas simétricamente. De mi lado hay un mueble con una tele y una especie de cómoda muy oscura, llena de papeles y cositas sueltas.
-¿Qué estabas leyendo?
-El Perfume.
Y empieza a recitarme textualmente el capítulo en donde yo había dejado el libro.
-Pero no quiero que me lo digas, quiero leerlo yo.
Cuando mi hermana se va, se acerca a mí el vecino del otro lado (parece que la casa de mi hermana era de fácil acceso), que es Haywire, el loco de Prison Break. Vestido con la remera a rayas que lo caracteriza, me dice que todos me están mintiendo, que yo perdí la memoria, que algo pasó, y que me lo están ocultando. Haywire está loco, lo sé. Pero tiene un punto fuerte. Todo se había vuelto oscuro en el baño, y yo había aparecido en el living, sin mis películas y mis libros. Si Los Perseguidores me hubiesen encontrado, como yo pensaba que había ocurrido cuando todo se volvió oscuro, yo no hubiese aparecido en el living. No hubiese aparecido directamente. Pero acá estoy. Algo raro está pasando.
Llego a lo de mis abuelos. A esta altura ya doy por cierta la teoría de Haywire. Yo perdí la memoria. Olvidé un segmento de mi vida y, por alguna razón, mi familia quiere ocultármelo. Abren la puerta mis primos, que me miran, tratando pero no pudiendo evitar las lágrimas. Está muy claro que me ven con lástima. A pesar de que te puede dar mucha pena que algún ser querido pierda la memoria, da miedo imaginar la posibilidad de que algo mucho peor me haya ocurrido. Mi primo me abraza. Noto que es más bajo que yo, cuando en la realidad es más alto. Es lógico, pienso, uno crece cuando duerme y yo llevo durmiendo quién sabe cuánto tiempo. Por alguna razón, relaciono la pérdida de la memoria con el dormir. Quizás por todas las veces que dije que tenía ganas de irme a dormir y despertar tres meses después, como una forma de olvidar. Me le acerco a mi mamá y la confronto. Le digo que sé que perdí la memoria, que me lo quieren ocultar, y que desaparecieron mis libros y mis películas. Mi mamá se resiste pero termina confesando. Me atraparon Los Perseguidores, que resultaron ser una especie de policía especializada, tipo FBI, y habían hecho un trato con mis papás. Me dejaban libre pero yo tenía que perder mi memoria y entregar mis libros y películas. Quizás pensaran que ver películas como El Club de la Pelea o Memento, lo convierte a uno en un peligroso criminal.
Ahora camino. La calle es una mezcla entre el recorrido de la casa de mis abuelos a la casa en la que vivía hasta el 2000 y el recorrido entre mi casa de Estados Unidos y el hotel en el que trabajaba, con largos paredones color crema y palmeras en la mitad de la calle. Muchas, además, están caídas sobre la calle y la vereda. El cielo es muy blanco. Unos metros más atrás me sigue mi hermano, como asegurándose de que estoy bien. Lo reto, le digo que quiero estar solo. Pero él sigue detrás mío. En un momento se me acerca y me dice: ¿No querés saber hace cuánto tiempo que no tenés un recuerdo?”. Nos acercamos a un puesto de diario. En realidad, es una máquina expendedora de diarios. Ya no hay más puestos de diarios, las cosas han cambiado. Pongo una moneda y la máquina empieza a echar varios ejemplares. La Nación, Clarín, Olé, La Razón y algunos más que no recuerdo. Tomo uno. Veintinueve de Septiembre de 2009. Me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Pasó más de un año. “Por Dios –pienso-, tengo veinticinco años”.
Abro los ojos. Miro la hora. Son las seis de la mañana, todavía puedo seguir durmiendo. Ahora sueño que estoy de nuevo en el colegio. Es un sueño raro y se ha vuelto muy difuso desde que me levanté. A las nueve suena el despertador. Lo apago. Pienso cuánto tiempo más puedo dormir. Lo corro para las nueve y veinticinco y sigo durmiendo. Retomo el sueño inicial.
Estoy en el patio de mi actual casa, pero las circunstancias son las mismas de antes. Hace más de un año que perdí la memoria, y no sé qué pasó en el medio. En el living está mi hermana, la que me sigue, mirando la tele. Yo entro a la casa por la puerta de la cocina. Meto la mano en el bolsillo y saco el celular, para ver si tengo algún mensaje. Tengo cinco. “Qué celular de mierda, ni lo sentí vibrar”, pienso. El aparato parece hecho pelota. Cada tanto aparecen franjas horizontales de lluvia, como cuando la ficha de la televisión por cable no está bien conectada. Miro el primer mensaje. Dice: Esperá que ahora voy a buscarte. Sé que es de mi papá sin ver el remitente (mi celular no muestra mensaje y remitente en la misma pantalla), me lo mandó cuando yo me fui de lo de mis abuelos. El siguiente también es de él: Guardá este número, es el mío, papá. Pero ya lo tengo. Yo perdí la memoria, el celular no. El tercero dice: Que tengas una linda semana. TR mamá te quiere mucho. Sé que TR quiere decir mi, aunque no entiendo cómo pudo confundir esas dos letras, no coinciden en el celular ni están alineadas en el teclado. Creo saber quién mandó el mensaje, pero igual busco el remitente. Es de la chica que me imagina. “Que tengas una linda semana. Mi mamá te quiere mucho”. Responder: Y vos?. Suena la alarma. Son nueve y veinticinco.
frcass.
ANEXO.
Y... Aserejé-ja-dejé-dejebe...