Agosto de 2045.
Dos años después de separarme me corté la mano. Intentaba abrir una lata de atún, pero la mano resbaló y me clavé el abrelatas. No fue un corte grande pero sí profundo. Revoleé la lata contra la pared y me quejé de los abrelatas para diestros. Para ese entonces, vivía en la misma casa que dos años atrás, pero sólo. Mi ex mujer se la quedó en un principio, pero después se juntó con un tipo que yo conocía y se fue a vivir con él. Era un buen hombre, pero aburrido, chato. Ganaba más plata que yo, eso sí. Me desinfecté la herida, me puse una curita y me preparé la salsa sin el atún. A las dos horas tuve que cambiarme la curita, que ya no absorbía más sangre. Otras dos horas después me puse una gasa, porque no paraba de sangrar. Esa noche me desperté con la mano bañada en sangre y las sábanas manchadas. Me lavé la herida y la volví a vendar, esta vez, con mucha más gasa. Así estuve tres días, cambiándome el vendaje cada seis horas. Al tercero me puse las zapatillas y me fui a la sala de emergencias.
El consultorio del doctor tenía las paredes demasiado vacías y demasiado blancas, solamente colgaba su diploma de la UBA. Casi me hacía doler los ojos. Él era por los menos diez años menor que yo, aunque ya era calvo. Me hizo un par de comentarios y preguntas superficiales y cuando se quedó sin nada que preguntar lo dijo: “Llegaron los resultados del hemograma, tenés leucemia”. “Pero si yo tengo cero negativo, se supone que es un tipo de Súper Sangre, no puedo tener leucemia”. Al doctor no le causó gracia.
En un principio, la idea era no decirle a nadie hasta el año siguiente, pero para noviembre era obvio que algo me ocurría. Por el tratamiento había empezado a perder el pelo, me aparecían moretones al mínimo golpe y había sufrido algunos desmayos. Le expliqué lo que me pasaba a mi hijo mayor y le pedí que fuera preparando a sus hermanos para que yo les dijera. No sirvió de nada. Las mujeres lloraron mucho –la mayor me abrazó tan fuerte que me dejó dos moretones en la espalda– y el menor de los varones se fue de la casa sin hablar.
Para enero, el cáncer era ya irreversible. Tenía una enfermera las veinticuatro horas, no me levantaba de la cama, mis uñas se habían vuelto casi negras (“Papá se volvió dark”, dijo mi hija menor), había perdido casi todo el pelo, tres dientes, el control del esfínter, sufría lagunas mentales, pesaba solamente cincuenta y seis kilos y sangraba varias veces al día por la nariz y por las encías. A diario venía alguno de mis hijos, mis hermanos o mis amigos a visitarme. A pesar de que yo ya no podía mantener una conversación coherente, todos hablaban. Supongo que aprovechaban para hacer catarsis. Mi ex mujer también había querido ser parte de los visitantes, pero yo me había negado. Me avergonzaba que me viera en ese estado, pelado, cagado y sin dientes.
El dos de febrero estaba de visita mi Amigo Amarillo. Nombraba de memoria los integrantes de diferentes bandas cuando sonó el timbre. Era mi ex mujer. La enfermera quiso detenerle la entrada, pero mi Amigo Amarillo fue a decirle que yo había vomitado sangre y tuvo que dejarla pasar. Mi mujer agarró mi mano de uñas negras con fuerza y se arrodilló al lado de la cama diciendo algo que no pude entender, llorando. Quise pedirle perdón pero no podía hablar. No podía exhalar. No tenía fuerza. Ya no tenía más fuerzas.
Bañado en mi propia sangre y con mi mujer a mi lado, morí.
frcass.
ANEXO.
¿Estás enojado? No. No sé. No importa. Necesito dormir. Si lo pienso, me voy a acordar que estaba enojado. Si me enojo no me voy a poder dormir. Tengo que dormir. Igual no me entenderías. Estoy enojado porque no me puedo dormir. Cuando me acuesto pienso en algo que me guste. Durante el día le doy quinientas mil vueltas a cada cosa que me pasa. Cuando me acuesto pienso en vos. Pienso que me sale todo bien. Y me duermo. Si sentía que había posibilidades, imaginaba un encuentro cercano. En un colectivo, un bar u otro lugar. Si estabas lejos de mí, imaginaba un reencuentro en el futuro. Unos meses o unos años más tarde. El contexto cambiaba pero el final era siempre el mismo. Ahora no puedo dormir. En cada encuentro que imagino terminamos peleando. En el mejor que imaginé nos volvemos a ver en un recital, en La Boca, después de tres o cuatro meses sin ningún contacto. Charlamos un poco y nos volvemos en el mismo colectivo. Hablamos bien. Hasta nos reímos. Unos días después arreglamos para ir a tomar un helado. Compramos un cuarto de kilo y lo compartimos. Tengo que bancarme que pidas limón. Mientras charlamos e intento no agarrar limón, mi cucharita se rompe y tenemos que compartir la que queda. Me decís que me extrañás, decimos un par de cosas más y nos besamos y no, esto no es verosímil. No me lo creo. Hace dos horas que estoy acostado, tengo que dormir, tengo que pensar en algo lindo. Lo que sea. Tu boca. Me gusta tu boca. Me gusta tu sonrisa. Dios, cómo me gusta tu sonrisa. Me hubiese encantado poder besarte cuando todavía usabas aparatos. Me encantó verte por primera vez. Tenías puesta una musculosa blanca, unos jeans que no cubrían tus tobillos, una muñequera tipo ajedrez y la boca llena de aparatos. Me gusta tu cuello. Muy limpio, vacío, como para clavarle los colmillos. Me gusta cómo mirás. Hasta me gusta la mirada de tu hermano, porque es igual a la tuya. Me encantó cómo me miraste cuando me dijiste que te tenías que ir y yo te abrí la puerta de casa. Me miraste con desesperación, hasta que te dije que te acompañaba. Me encantó escucharte decir “me gustás”. Me hubiese gustado poder haberte besado más tiempo. Me hubiese gustado poder morderte el labio inferior. Me hubiese gustado haberte podido mostrar que ahora beso mejor que antes. Me hubiese gustado hacer el amor con vos. Me hubiese gustado ser el primero en hacer el amor con vos. Despacio, para que no te doliera. Besándote en la cara con la boca cerrada. Me hubiese gustado acariciarte mucho más la cara. Me hubiese gustado verte dormir. Me hubiese gustado despertarme con muchas ganas de mear y no poder ir porque vos durmieras sobre mi pecho. Me hubiese gustado que mojaras mi remera con tus lágrimas. Me hubiese gustado leer mientras vos hicieras otra cosa, juntos, pero sin necesidad de hablar. Me hubiese gustado que me sacaras una foto. Me hubiese gustado estar escuchando hablar a alguien y mirarnos de reojo sabiendo lo que el otro pensaba. Y ahora sí, me duermo. Mañana empiezo a olvidarte.
3 comentarios:
che...reee valía la pena.
no seas hijo de puta!
no abandones el blog...
en serio.
mira q te voy a romper las bolas x textos como este al menos una vez x semana.
cuando ganes el premio novela de platino acordate de los pibes!
anónimo:
Gracias.
noche de gordas futbol club:
Vemos.
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