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miércoles, 7 de noviembre de 2007

No he sido Grosso.

He descubierto que digo mucho la palabra “lástima”. Invito a una chica a que me acompañe a ver la exposición de Historietas Reales en el Centro Cultural Recoleta, tiene que visitar a una amiga en el hospital, digo “lástima”. Le pido a un ex compañero de trabajo que venga a jugar para mi equipo de fútbol, es el cumpleaños de la madre, digo “lástima”. Le quiero vender mi entrada para The Killers a un compañero de facultad, va al recital de Soda Stereo el mismo día, digo “lástima”. Decir lástima es una forma de buscar ganar algo por pena. Un manotazo de ahogado. Y se supone que quiero llegar lejos. Dando pena no se llega a ningún lado. Podés avanzar un poco pero nunca vas a ser realmente grosso. Nada es fácil; hay que pelearla, sobreponerse a las negativas, ir contra la corriente, arriesgar, perder y seguir. Yo en cuanto encuentro una dificultad, juego la carta de la lástima. Cuando era adolescente contaba todo el tiempo una anécdota sobre un accidente que tuve. Buscaba generar pena. Atraer chicas por lástima. Y así como entonces no me levantaba a nadie, hoy no voy a llegar a ningún lado. Voy a terminar trabajando en una oficina, completando formularios, como una máquina, charlando de Bailando por un Sueño, soltero, con un perro que se acueste en mi cama y que cuando intente sacarlo me gruña, calvo, deprimido y estéril. Lástima.

frcass.

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